“San Lorenzo de El
Escorial, 3 de octubre de 2012”
“Hoy le he visto y lo he
comprendido. Por primera vez en mi vida, todos aquellos ridículos sentimientos
y sensaciones corporales, que las otras chicas que conocía me habían relatado que les ocurrían cuando un chico les
gustaba o se enamoraban, han aflorado en mí. Pero cuando nuestras miradas se
cruzaron, la suya no era precisamente la contemplación que había imaginado en
mis sueños para mi príncipe azul. Estaba cargada de una mezcla de asombro y de curiosidad
junto con lo que yo diría interés…o puede que excesiva seriedad y, cuando pasó
un instante, su rostro se mostró frío e imperturbable. Cuando…”
—¡Ale! —gritó su madre desde abajo—. ¡La cena
está servida!
Ale
dejó de escribir su diario y miró el reloj sobre la mesita de estudio de su
habitación. Dejó el bolígrafo perezosamente y se estiró como un gato en la
vieja silla azul de su escritorio.
—¡Enseguida bajo, Marina! —voceó desde
arriba.
Marina era su madre de acogida y aunque era
la persona a la que más había querido en toda su vida y le estaba enormemente
agradecida por haberla sacado del infierno del reformatorio, era incapaz de
llamarla “mamá”. De todas formas, Marina nunca lo había demandado y, aunque no
hablaban mucho del tema, ambas sabían que esa muestra de afecto estaba de más
entre ellas. Ale no necesitaba demostrarle a Marina cuánto la quería y esta lo
sabía sobradamente.
—¡Qué
bien huele! —anunció Ale desde la puerta advirtiendo de su presencia a una
despistada Marina—. ¿Qué has preparado? ¡Estoy muerta de hambre! —dijo con el
estómago rugiendo ante aquel delicioso olor.
Marina
sonrió y se giró para observar a la que ella consideraba su hija pequeña hasta
el momento. Llevaba más de treinta años acogiendo niñas y adolescentes con
problemas para ayudarlas y poder ofrecerles una vida digna y llena de
oportunidades. Su “pequeña Ale”, como ella la llamaba, era su última adopción y
la que más le intrigaba por su oscuro pasado. Había conseguido que todas las
chicas a las que había acogido se hubieran reinsertado en la sociedad con total
normalidad y se enorgullecía de que, todas, hubieran conseguido un buen trabajo.
Y eso era, precisamente, lo que se proponía con su “pequeña Ale”: ofrecerle
oportunidades y conseguir darle a aquella joven la paz que su atormentada alma
tanto necesitaba.
—Te he preparado unas espinacas a la crema
con trocitos de jamón, como a ti te gustan —dijo con orgullo.
Lo cierto es que Marina era una magnífica
cocinera ya que la cocina había sido uno de sus hobbies desde la juventud.
Nadie diría que aquella mujer alegre y vigorosa de cincuenta y dos años, tan
alta y delgada, con aquel porte atlético, su siempre perfectamente maquillada
cara y ropas demasiado modernas para su edad fuese una hogareña empedernida.
—Debes de estar muy cansada —continuó
mientras le servía las espinacas y Ale se acomodaba a la mesa— y muy
emocionada. ¿Qué tal tu primer día de clase, “señorita futura licenciada en
Historia”? —preguntó con la misma emoción que si fuera ella la que había
comenzado la Universidad.
—No ha estado tan mal —dijo Ale sonriendo
tímidamente—. Mucho descontrol por parte del alumnado que no encontraba sus
clases y ya sabes… el trato distante de los profesores es una novedad. No es
como en el instituto. Aquí parece que no existes y nadie se fija en ti.
La sonora carcajada de Marina hizo que Ale
levantara bruscamente la cabeza del plato, sorprendida.
—¡¿Qué nadie se fija en ti?! —preguntó Marina
divertida.
—¡Marina! —exclamó Ale con fastidio—. No me
refería a eso.
Ambas rieron mientras Marina la observaba y, todavía hoy en día, se asombraba de la
exuberante y salvaje belleza de su pequeña. Siempre le había semejado a una
diosa griega de la belleza. Era muy alta con su metro setenta y cinco pero no
por ello desgarbada. Caminaba de manera grácil y ligera como una bailarina de
ballet, cosa que todavía llamaba más la atención sobre su espectacular físico
que hacía tiempo que ya dejaba de ocultar. Marina se sentía especialmente orgullosa
de aquel cambio en el que ella había tenido mucho que ver.
Cuando la había conocido, apenas siendo una
niña, se avergonzaba de su físico y siempre trataba de ocultarlo creyendo que
era una maldición que la hacía destacar y verla siempre envuelta en todos los
problemas del orfelinato. Pero Marina había conseguido que Ale se abriese al
mundo como una flor en primavera, sin avergonzarse de lo que era.
Sin embargo, a pesar de ser tan bella, a
pesar de tener una melena rubia clara y sedosa con unas suaves ondas, a pesar
de tener aquellos ojos claros del color de la miel que destacaban en su
asombrosa piel de alabastro, a pesar de tener aquellos labios carnosos y
cremosos y a pesar de poseer unas curvas que robaban el aliento tanto de
hombres como mujeres, Ale seguía siendo una chica tímida y retraída a la que no
le gustaba demasiado llamar la atención.
—¡Vale, vale! —rectificó Marina—. Sé a lo que
te refieres. La Universidad es como un mundo aparte, ¿verdad?
—Pues sí, es muy diferente al instituto…
Habrá que esperar a ver qué tal…
—¿Y ya has tenido clase con el famoso “hombre
de hielo”? —dijo Marina intentando poner voz tétrica.
—El famoso “hombre de hielo”… Pues sí —dijo poniéndose
seria y pensativa—, pero no es ni parecido a como yo lo había imaginado.
—¿Y cómo es? —preguntó Marina con curiosidad,
a la espera de que Ale le describiese al famoso profesor con fama de ser
distante y frío como el acero y de suspender a prácticamente todo el alumnado
de sus cursos.
—Joven… muy joven… —dijo Ale totalmente
abstraída—, y bello…
—¿Bello? —se burló Marina—. ¿Es así como las
jóvenes describís hoy en día a los hombres? ¡¿Bello?!
Ale salió de sus pensamientos y sonrió ante
el sarcasmo de su madre.
—No, supongo que no —dijo risueña dejándose
llevar—. Pero es la única palabra que se me ocurre para describirle y ser
medianamente justa.
—¿Tan guapo es? —preguntó ya francamente
intrigada su madre.
—No —dijo Ale a modo de burla—, guapo no… “lo
siguiente”.
Las dos se echaron a reír y la imagen de su
profesor volvió nítida a su mente mientras notaba cómo los latidos de su
corazón se aceleraban. Aquel hombre… aquella mirada que le había dedicado… le
atraía sin remedio y era una novedad en su vida ya que nunca, hasta ahora,
ningún hombre había atrapado su interés.
—Bueno —dijo Marina sin parar de reír—,
entonces debe de ser un demonio disfrazado de ángel porque su fama de ogro le
precede. Ya sabes… céntrate en estudiar bastante su asignatura que mientras
apruebes, lo demás da igual.
—Supongo que sí —dijo aún sonriendo—, aunque
mañana nos va a hacer un examen para evaluar nuestro nivel de conocimiento de
la materia y poder, según él, comenzar con una buena base.
—¿Qué asignatura es? —preguntó su madre que
tenía la cabeza liada con tanta carrera de sus otras “hijas” y tantas
asignaturas.
— “Historia moderna de España”.
—¡Vaya hombre! —exclamó alarmada—.
Precisamente la que más te interesa. ¡Pues vaya suerte que has tenido! —dijo
lamentándose.
—Sí —se dijo Ale más para sí misma que para
su madre, mientras se perdía en el recuerdo de los preciosos ojos verde
esmeralda de su “hombre de hielo”…
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