Cuando llegaron a clase, el
famoso “hombre de hielo” ya estaba sentado en su mesa revisando unos papeles
mientras el alumnado se colocaba en sus asientos. Ale no pudo evitar observarle
en la distancia como casi todas las mujeres presentes y muchos de los hombres,
mientras se dirigía a su asiento. Realmente era un hombre fascinante capaz de robar
el aliento con su salvaje belleza.
Como oyendo sus
pensamientos, el profesor levantó su cabeza y dirigió su electrizante e
inquisitiva mirada directa a Ale, que no pudo evitar sonrojarse ante el hecho
de que la hubiese sorprendido observándole tan intensamente. Giró la cabeza
cubriéndose la cara parcialmente con su larga melena en un intento frustrado de
disimular su sonrojo y se dirigió a su asiento con la clara percepción de
aquella mirada esmeralda clavada en su espalda.
El profesor mandó sacar
unos folios en blanco a toda la clase y pidió que cada uno realizara un
escrito, lo más extenso posible durante una hora, sobre algún tema relacionado
con la Historia Moderna de España. Sería tema libre.
Ale se entusiasmó al pensar
en escribir sobre Felipe II durante la construcción del Monasterio de San
Lorenzo de El Escorial, ya que era un tema que dominaba sobradamente y sobre el
cual podría estar escribiendo durante meses sin parar.
Pero su alegría se fue
desvaneciendo, poco a poco, ya que pudo notar durante toda la hora la
persistente y enigmática mirada de aquel hombre sobre ella, poniéndola nerviosa
como nadie lo había conseguido nunca. Se recriminó su falta de concentración y
la aceleración de los latidos de su corazón ya que ella estaba más que
acostumbrada a llamar en sobremanera la atención, debido a su atrayente e
inusual físico. Pero este hombre le ponía los nervios de punta y un torrente de
sensaciones extrañas y nuevas para ella la invadieron por completo.
Cuando sonó el timbre,
todos se levantaron y fueron dejando, según salían, sus escritos sobre la mesa
del profesor.

—¿Qué tal se te ha dado?
—preguntó interesada Tere que salía tras ella, asustándola y sin saber casi de
qué puñeta le estaba hablando.
—¿El escrito...?, bien…
bien… y, ¿a ti? —preguntó intentando ubicarse de nuevo.
—Bueno, le he soltado un
rollo importante sobre la Revolución Francesa. He acabado hace horas porque no
me ha dado para escribir mucho… pero creo que valdrá para salir del paso.
Además, dijo que solo era para evaluar nuestros conocimientos. No contará en la
nota, ¿no?
—Y si cuenta… ¡ya sabes lo
que tienes qué hacer! —dijo Ale con una pícara mirada en los ojos.
Tere comenzó a reír a
carcajadas.
—¡Mira la mosquita muerta!
—dijo haciendo un bonito mohín con los labios—. Creía que habíamos quedado en
que con este era una batalla perdida… pero te advierto que he visto tu reacción
ahí adentro hace tan solo un momento… —dijo divertida mientras se alejaba.
—¡¿De qué demonios estás
hablando?!
Pero Tere ya se alejaba por
el pasillo para entrar a la siguiente clase. Una optativa que no tenían en
común.
Ale cogió aire fuerte y se
dirigió hacia la biblioteca ya que disponía, en aquel instante, de una hora
libre y quería aprovecharla continuando con su búsqueda.
Llevaba tres cuartos de
hora leyendo un libro que había encontrado sobre los monjes jerónimos y el
monasterio de El Escorial, cuando una voz profunda y varonil pero tremendamente
armónica la sacó de su concentrada lectura.
—¿Es que no sabes ya lo
suficiente sobre el tema?
Ale levantó repentinamente
la cabeza para encontrarse directamente con aquellos ojos verdes que tanto la
perturbaban, clavados en los suyos con verdadera curiosidad.
Tardó más de un minuto en
reaccionar y coger aire para poder hablar con su profesor de Historia Moderna.
—¿Es a mí? —preguntó atónita
negándose a creer que aquel hombre tan asombrosamente guapo estuviera allí de
verdad y hablando con ella.
—No veo a nadie más por
aquí cerca —dijo con una sonrisa tan sexy que hizo que Ale comenzase a temblar
literalmente.
¡Vale! Aquel “hombre de hielo”
acababa de sonreírle y en qué momento… ¿Cómo se atrevía a tener una sonrisa tan
perfecta? Prefería al hombre serio… ¿Le estaba hablando a ella? ¡Ay, Dios!
Tenía que contestar antes de que pensase que era una perfecta idiota. Pero,
¿qué puñeta le ocurría? Nunca había reaccionado así ante ninguna otra persona…
¡Tenía que contestar! Pero, ¿qué le había preguntado? ¡Ah, sí!
—¿De qué? —dijo con un hilo
de voz.
—Veo que estás leyendo
sobre El Escorial y tu escrito ha sido verdaderamente emocionante. Había franca
pasión en él.
—¿Mi examen? ¿Ya se lo ha
leído?
—Sí, he ojeado varios
exámenes pero el tuyo lo he leído completo. He de reconocer que hacía mucho
tiempo que ninguno de mis alumnos me sorprendía tan gratamente.
Ale enrojeció en el acto.
“Le había sorprendido gratamente”. No sabía por qué pero quería sorprender a
aquel hombre, gratamente, las veces que hiciera falta.
—Es que es muy interesante
para mí… El Escorial, claro —se estaba aturullando.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Bueno —dijo Ale bajando la
mirada para poder discernir con más claridad—, es que vivo allí… y todo el
entorno que el Monasterio crea… me atrae, eso es todo.
Como no oyera respuesta,
levantó los ojos para encontrarse con aquella penetrante y verde mirada clavada
en la suya, lo cual hizo que a Ale se le resecase hasta la garganta y que un
cosquilleo inesperado se apoderase de su vientre.
Israel la miraba intentando
averiguar qué era lo que hacía a aquella chica tan especial. Aparte del tema
del físico, cosa más que obvia, ya que en su vida había visto una belleza
igual, había algo en ella que llamaba poderosamente su atención y no lograba
ver lo que era. Aquello sí que era nuevo en él y constituía un refrescante reto
en su existencia, algo que hacía mucho tiempo que no le ocurría y un soplo de
aire fresco para su hastiada y aburrida vida.
—Tienes un nombre muy
curioso —dijo como al descuido sin dejar de observarla y volviendo a adoptar su
habitual seriedad.
Ale consiguió salir de su
ensoñación con el último comentario.
—¿Mi nombre? ¡Ah, sí! Supongo
que lo ha visto en el examen…
—¿Nadie te pregunta por él?
—Nadie lo conoce realmente
—dijo con sinceridad—. Solo mis profesores lo han sabido y tampoco le han dado
más importancia. Pero mis amigos me llaman Ale y creo que todo el mundo cree
que me llamo Alejandra.
—Pues no deberías ocultarlo
—dijo agachándose y quedándose a su altura para susurrar cerca de ella—. Alecto
me parece un nombre precioso.

—Gracias —atinó a decir
mientras sus ojos devoraban cada centímetro del rostro de aquel apuesto hombre
que tan cerca se encontraba de ella.
Era el rostro más armónico
que jamás hubiese visto (más que el suyo propio, y eso ya era decir mucho) pero
destilaba una masculinidad brutal por cada poro. Sus iris, ahora tan próximos a
los suyos, eran de un verde tan intenso que realmente parecían dos esmeraldas
incrustadas en aquellas grandes y rasgadas cuencas, rodeados por espesas
pestañas y gruesas cejas negras. Algo francamente curioso ya que su cabello era
rubio oscuro pero salpicado con unos reflejos naturales más claros que, junto
con aquella espesa y revuelta media melena de pelo ondulado, le confería un
aspecto leonado y… dorado. Aquel hombre parecía llevar sobre sí un halo de luz
que lo hacía brillar más si cabe. Algunos de sus rebeldes mechones rubios caían
por su frente y los laterales de su rostro dándole un aspecto desenfadado, enmarcando una nariz recta y aquellos,
¡oh, Dios!, gruesos y aterciopelados labios, que ahora lucían una devastadora y
sensual sonrisa. Ale sintió que se derretía sin saber muy bien cómo.
—Por cierto —dijo volviendo
a incorporarse mostrando su alto y atlético porte—, me llamo Israel Domínguez y
creo… que será un verdadero placer contarte este año entre mis alumnos… Alecto
—dijo acariciando su nombre y girándose sobre sus talones, para desaparecer con
andar felino de la biblioteca con el mismo sigilo con el que había aparecido.
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